Las polaridades del renunciamiento absoluto están en el sacerdocio, todos lo saben ya. Es ahí donde se reniega de la carne en los dos sentidos: vacuna y humana, o, lo que viene a ser lo mismo: bovina y de ternera. La cárcel del alma es el cuerpo, dicen, ¿y la cárcel de los fluidos también?, me pregunto yo, sabio-ignorante de estas normas. Hay que mirar siempre al cielo y no ocuparse de cosas terrenales. De acuerdo. Entonces quien me daré de comer y beber, con quien dialogaré en mis momentos de ocio, cuando me reiré a carcajadas, como pagaré los agujeros en los que vivo. San Agustín tenía razón cuando decía: “creo, porque es absurdo”. Hay un lugar que se llama infierno, al cual irán los que no creen, pero no los que cometen obras malas, pues siempre es posible un arrepentimiento. ¿A dónde quedan el hambre, el crimen, el dolor, la explotación?, ¿dónde queda ese vaticano cuya punta de oro apunta al norte y marca ostensiblemente que la iglesia nunca se ocupo del prójimo? ¿Cuándo toda esta metafísica paródica terminará por destruirnos? Eso será cuestión de negociar. Yo dudo de esas polaridades…tú me dirás que piensas, nada más… Por eso yo obediente y sumiso abrazo la palma (¡los malpensados que digan lo que quieran!).
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