domingo, 30 de diciembre de 2007

Balance existencial (y a la puta con el 2007)

Llegar a fin de año (medio muerto) es un logro. Implica que hemos sobrevivido a todas las situaciones absurdas de la vida una (facking) vez más. Algunas seguro fueron boludeces (sino la mayoría) y otras habrán sido tomadas con la seriedad que amerita un posible embarazo, puteríos en el trabajo, acosos del jefe o desamores que alimentan el espíritu suicida (en ciertos casos y masturbatorios en otros). Estar a esta altura escribiendo esto significa que me eximí de todas las materias o me quedaron uno o dos a plazos para el año que viene (para que lo entiendan los pibes del colegio). Siempre queda algo pendiente. Y son, tal vez, esos asuntos inacabados los que nos sujetan las pelotas para que reflexionemos sobre todas las pelotudeces que hicimos y las nos quedaron por hacer. Finalmente, el balance nunca cierra, los saldos pendientes tienen su peso en el patrimonio existencial, y el resultado del ejercicio probablemente nos de negativo. Sin embargo estamos (medio) contentos por tener la oportunidad de hacer el balance, (internamente en soledad, en familia -los menos-, o con un amigo borracho –conocido de antes o en la víspera- en las sucesivas madrugadas de las últimas semanas de diciembre) ya que muchos a esta altura estarán rindiendo cuentas a un barbudo de bata blanca o a un tipo coludo, cornudo, con un tridente, y en un lugar bastante cálido (dicen que a los misioneros no nos jode porque estamos acostumbrado al calor). Los estudiosos sostienen que la culpa es la base del balance, pero yo no hablaría de metas no cumplidas sino de todas las macanas y actos deshumanitarios cometidos en el transcurso del año. Es decir, el análisis final se centra en el grado de hijoputes que hemos alcanzado en los últimos doce meses. Pero como nadie quiere amargarse a fin de año, sepultamos las angustias bajo toneladas de comida y alcohol y celebramos cualquier éxito por más mínimo que sea (y no falta el boludo que brinda por la paz mundial). Aferrados a las alegrías y logros nos entregamos a un frenesí de intoxicación al mejor estilo Pity Álvarez, para terminar el 1 de enero con una amargura que se levanta de la boca del estómago, bailotea y termina en el inodoro. Un angustia resacada y vomitiva que alimenta la melancolía de lo que pasó o debería haber pasado nos taladra la cabeza para recordarnos lo inútiles, ambiciosos, codiciosos o románticos que somos. Sopesar las ganas de estar en otra parte, de desaparecer o realmente hacer borrón y cuenta nueva es sobrevivir al primer día del año, y esa es la tarea más difícil, después a tomar por el culo…

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