viernes, 14 de marzo de 2008

Diamante

“La prohibición nos quita nuestra libertad, nuestra libertad de beber!" (March Simpsons)

En un capítulo memorable de Los Simpsons (“El barón de la cerveza”), el alcalde Diamante dice: “No nos pueden pedir prohibir el alcohol…, es delicioso; hace a las mujeres más bellas y nos hace prácticamente invulnerables a la crítica”. Frase ésta que fusiona en sus dos dardos dos perspectivas sobre el sentido común del alcohol: primero, esta frase puede pensarse como el más pastoril miedo: que hay un mundo real, único e irrepetible e inmodificable y el “resto” es sólo un collage de visiones distorsionadas sobre él. Ergo, el alcohol no es más que un absurdo complemento del coraje machista –también de la liberación sesentista femenina, desde luego- para saciar las ansias animalescas que se alejan del Hombre (con mayúscula) y lo emparientan al homo sapiens, pues habría la Belleza “real” y la belleza mirada a través de un vaso de cerveza. Entonces esta frase implicaría una dicotomía irreductible: fuente de liberación de los deseos restringidos por los mecanismos de control y, por otro lado, liberación de la estupidez nuestra de cada día, autoengaño, en otras palabras.
En el segundo enunciado –siguiendo con la línea de la distorsión que sólo justifica al statu quo- “invulnerables a la crítica” apuntaría a la otredad: sería algo así como la apoteosis de un enjambre alienado, baba-sónico, macdonalizado, de ropaje glamoroso y de merca alucinógena televisiva y refregos (sobas) vía teclado, con barriles y barriles de alcohol en la sangre, incapaz de esbozar ya la más tenue y vomitiva mueca de desprecio a los chupacirios tschirtsristas (no sé cómo se escribe) o a los travestis roviristas, incluso a los hermafroditas puertistas o a los desviados, proxenetas, de mirada vidriosa kirchneristas. No es que nosotros seríamos invulnerables a la crítica, lo son “ellos”, por eso el alcohol sería algo así como -desde esta mirada- una fuerza alienante terrible. Los Simpsons no podrían haberlo dicho mejor: “Ya pasó en su casa vegetando todo el día, desocupado, sobrio, ¡es la hora de una duff!”.
Bien. Pero lo patético acaso no se dé el momento exacto donde el carpe diem parece posible, sino en la explicación que sobreviene a la resaca. Esa explicación tiene mucho de objetos de distinción, de justificación de la liberación. Trabajar como un puto adicto toda la semana, casi 36 horas por día para sucumbir a un instante de “liberación”, de olvido de las problemáticas emergentes en mi microscópico mundillo literalizado, novelesco, tinelesco. Sin embargo, el que haya, dice Bukowski, días y horarios para las embriagueses es la más basta ejemplificación que hasta nuestras ansias se hayan reguladas y nuestras nalgas apretadas y nuestra fe succionada por organismos abstractos, borrachismo de aficionados, nada más.
Pero ya que estamos en este homenaje a los Simpsons recordemos la paradójica frase de Homero al cerrar el capítulo: “Brindo por el alcohol, la causa y la solución de todos los problemas de la vida”. Frase emblemática si las hay. Frase que fusiona en sus ambigüedades el poderío de un agua turbia introyectada en el individuo a los propósitos de una meta de igual efecto pero vista siempre desde dos ángulos y pesada por el justo medio. Es decir, propuesta báquica: sentirse vivo, o volverse un animal perverso y babeante, según otros (más flanderianas opiniones, vale decirlo). Lo cierto es que los reductos en los que se amontona la gente (bailables o recitalescos o los que fueren) huelen a podrido, a carne de cañón y a soledad. Se comunican por mensaje de texto, suenan a mp3 y no dicen nada más que estupideces de largo alcance mimético. Yo me vacuno contra esas horas y poses y te invito a ti, lector, a brindar aunque sea lunes, aunque no nos conozcamos, a unir la Biblia y el Calefón, a reconstruir y desestructurar la realidad, a hacerle un guiño. A, como dice mi querido amigo Baudelaire, a emborracharse: “de vino, de poesía, de vida, de lo que quieras”. A generar, a fuerza de estupidez, esas ambiguas horas en las que se mezclan al borracho y al madrugador (el alcohol y la chipa), el sol y el desparpajo, que subyacen en un intento fecundo de sexualidad que siempre se trata de lo que fue o lo que será: nunca de lo que ES.

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