Algo pasado de tiempo ponemos las fotos del recital de Vox Dei en el casino club de Posaá, el día sábado 21 de marzo del corriente.
La cosa no pintaba buena ese sábado, llegamos medio temprano y los lugares más cercanos ya estaban ocupados por la poca gente que estaba de pie. La zona de las mesas estaba llena y la actividad de las meseras era constante -uno de los viejos que está solo en una de las mesas en la cuarta foto no hizo más que hablarle al oído a una joven mesera que desesperada trataba de esquivar los toqueteos del tipo-. Es increíble que la gente pueda comer cercada por unas cuerdas que separan los grupos humanos de poder adquisitivo o capacidad de caretaje mayor de los auténticos fans -quienes realmente van a ver el recital- y las máquinas tragamonedas. Es el extremo del exhibicionismo recalcitrante y el voyeurismo gastronómico proletario. Como lo decimos siempre, el casino no es el mejor lugar o ambiente para recitales de bandas de rock. Es incómodo estar ahí, demasiada luz, el ruido intermitente de las máquinas joroba bastante, y es como irrespetuoso que la gente esté comiendo mientras la banda está tocando. No se, dan ganas de patear las mesas. Pero en fin, Quiroga tocó los primeros temas un poco de mala gana y hasta dió la impresión de que le erró un par de veces. Recién al tercer o cuarto tema se apreció el poderío setentista del grupo sobre el escenario. Unos viejos con mucha onda y energía como para seguir tocando y componiendo temas fieles al estilo que marcó un hito en la historia del rock nacional. En un momento del show, un fan de pelo largo irrumpió entre las mesas y se instaló donde muchos queríamos estar, bien en frente del escenario. Los de seguridad se encargaron de persuadirlo de su acción. Antes de irse, firmaron autógrafos, vendieron discos y se sacaron fotos con los que -insistimos con esto- realmente fueron a verlos porque les gusta lo que hacen, hicieron y al parecer, estos abuelos del rock, van a seguir haciendo por algunos años más.
La cosa no pintaba buena ese sábado, llegamos medio temprano y los lugares más cercanos ya estaban ocupados por la poca gente que estaba de pie. La zona de las mesas estaba llena y la actividad de las meseras era constante -uno de los viejos que está solo en una de las mesas en la cuarta foto no hizo más que hablarle al oído a una joven mesera que desesperada trataba de esquivar los toqueteos del tipo-. Es increíble que la gente pueda comer cercada por unas cuerdas que separan los grupos humanos de poder adquisitivo o capacidad de caretaje mayor de los auténticos fans -quienes realmente van a ver el recital- y las máquinas tragamonedas. Es el extremo del exhibicionismo recalcitrante y el voyeurismo gastronómico proletario. Como lo decimos siempre, el casino no es el mejor lugar o ambiente para recitales de bandas de rock. Es incómodo estar ahí, demasiada luz, el ruido intermitente de las máquinas joroba bastante, y es como irrespetuoso que la gente esté comiendo mientras la banda está tocando. No se, dan ganas de patear las mesas. Pero en fin, Quiroga tocó los primeros temas un poco de mala gana y hasta dió la impresión de que le erró un par de veces. Recién al tercer o cuarto tema se apreció el poderío setentista del grupo sobre el escenario. Unos viejos con mucha onda y energía como para seguir tocando y componiendo temas fieles al estilo que marcó un hito en la historia del rock nacional. En un momento del show, un fan de pelo largo irrumpió entre las mesas y se instaló donde muchos queríamos estar, bien en frente del escenario. Los de seguridad se encargaron de persuadirlo de su acción. Antes de irse, firmaron autógrafos, vendieron discos y se sacaron fotos con los que -insistimos con esto- realmente fueron a verlos porque les gusta lo que hacen, hicieron y al parecer, estos abuelos del rock, van a seguir haciendo por algunos años más.
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