domingo, 21 de marzo de 2010

Profilácticos

Un relato (policial) ideal para compartir el domingo. Algo más extenso de lo que solemos publicar por acá pero tan atrapante que la lectura va rápida (como paja de adolescente), acompañada por la avidez de llegar al final. El texto salió publicado en la revista Impresencia (Posadas-Misiones) y le pedimos al autor el permiso para publicarlo en este espacio virtual del Hijo Bobo, así evitamos potenciales o posible problemas legales (?).

PROFILÁCTICOS

Donde se unieron saludablemente los deseos de una mujer que soñó casarse entre las flores de la primavera, y los de un hombre a quien sólo hacía feliz el satisfacer a su amada. Allí Clara, de mirada café y brillosa, de ropa suelta desinteresada, buceaba en las profundidades de la familiar rutina femenina desesperadamente conforme con hallarse así. El respiro de la pasividad, mutua tranquilidad que brinda el sobrellevar la vida desnuda en la pequeña ciudad de Santo Tomé. El horario de regreso de Jonathan a la casa difiere a diario, pues está sujeto al trabajo casi impredecible del control policial urbano. Así pasan sus primeros meses de casados, con expectativas algo diferentes respecto a la rutina matrimonial.
Siempre existió en Clara, aunque ella nunca lo reconocerá, una molesta sospecha: Jonathan parecía estar, desde hace mucho, engañándola con otra mujer. Y eso despertaba en ella un sentimiento que, ni ella ni yo, podemos llamar odio, pero que está ligado a la maldad y a una especie de ira muy fina, que en medio de tanto deseo de vida conyugal perfecta no era atendido por Clara, pero que – y hoy podemos asegurarlo – existió ya desde lo primitivo de su relación.
La negación adoptaba creativas maneras de aceptar ese hilo de inquietud que abrasaba su corazón. Por eso creyó que el engaño podía no ser cierto, o a veces pensaba que era una reacción de Jonathan ante el nerviosismo y ansiedad anterior al casamiento, lo cual ella decidiría soportar para poder obtener su soñada vida al fin; pagar el precio de ser engañada con la esperanza de que sería solo esa vez y que luego serían sinceramente felices para siempre.
Pero las cosas no sucedieron de esa forma, y la huella de la infidelidad no tardó en ser encontrada por ella misma, quien tal vez la esquivó tristemente y en silencio unos cuantos días antes de aceptarla. Profilácticos, nada más. Unos plastiquitos que así comprimidos no alcanzan los cinco centímetros cuadrados, eran la burlona evidencia que desgarraró su alma esa mañana. Mientras recogía los rudos pantalones azules de Jonathan, cayó de uno de sus bolsillos la prueba, motivo de su inconsolable dolor. Ellos no usaban profilácticos, ya que éstos a ella le producían una especie de alergia, nada grave, pero que desde el comienzo obligó a la pareja a utilizar otros métodos anticonceptivos, los cuales también fueron abandonados ya que estaban buscando el embarazo. Un hijo, lo único que les faltaba para ser la familia tan soñada por Clara, y que ahora estaba invadida por la cruel angustia del engaño.
Jonathan tardó en volver a la casa, lo que permitió que Clara pudiese, luego de llorar unas cuantas horas, pensar -en esas malas condiciones - algo que tal vez pudiera calmar tanto dolor. Una venganza. Y, ella no lo reconoce, también una puerta por donde imaginó que escaparían ilesos sus sueños y su fuerte amor, del mal de la tentación en la que él no pudo evitar caer.
Oración de un saber legendario que contiene poder, que entremezcla la superstición, la sugestión, la incredulidad, la fe, lo satánico, lo nativo, la maldad. Pero que nunca logra escapar del todo a las leyes de las causas y los efectos de la física. Saber desarrollado en campos, quizás de una misma naturaleza, pero que difieren en sus denominaciones: espiritismo, macumba, brujería, poras… “Corrientes tiene payé”… realidad que no existe. Existencia de una realidad a la cual la desolada alma, sufrida y atontada por el dolor, acude cuando desea algo que no puede distinguir muy bien qué es, negación o venganza, algo que cure el desamparo… alguien que brinde alguna respuesta que no sea la obtenida por la razón, algo que, por ejemplo, le diera a Clara una salida que no sea dejar atrás su vida tan anhelada de cotidianeidad matrimonial con el oficial Jonathan.
Por todo esto llegó Clara a la alejada casa del conocido curandero Fleitas, cuando ya estaba anocheciendo. Indudablemente, Fleitas tenía muchísimo más misterio que Clara, a pesar de que ella era algo, en ese momento, inmensamente extraño; pues la forma improvisada de procesar todo el dolor sin decir a Jonathan nada al respecto, la dejó plagada de gestos, miradas y actos incomprensibles. A pesar de su lamentable situación, sabía perfectamente qué era lo que fue a pedir al curandero, necesitaba confiarle a éste todo lo que pasó para así obtener las posibles soluciones que, a través de este saber, Fleitas podía brindarle.
Como acostumbrado a la estructura de la problemática descripta por Clara, Fleitas no tardó en plantearle dichas posibles soluciones. Pero ninguna era suficiente para satisfacer su ambiguo sentimiento, así que la charla se tendió muy larga, y a medida que corría el tiempo, se tornaba más compleja y comprometida la participación del curandero en la historia.
Ya de madrugada, el acuerdo estaba cerrado. A través de la fe en la simpatía del curandero se cumpliría el -recientemente definido en la conversación- deseo de Clara; poniendo en ella, y en su fe, la responsabilidad de la efectividad del hechizo a realizarse, además del papel activo físico que debía desempeñar para llegar al alma maligna.
Clara no sabía si su fe era suficiente, pero lo era, por eso estaba allí, y gracias a que escapaba siempre que podía de lo fáctico, de lo razonable. Pero algo de química exacta era lo que desenmascaraba todo el protocolo espiritual de Fleitas. El hechizo no era del todo sobrenatural, se llevaría a cabo a través de cosas humanas: venganza, sexo, crimen… con el papel principal de una sustancia letal fabricada por el mismo curandero, para que Clara con ella pudiera asesinar a la amante de su marido, sin siquiera saber de antemano quien sería ésta. Y Clara creía que, sin importar quién fuese, debía pagar con la muerte todo el dolor que había causado.
Las instrucciones de Fleitas eran profesionalmente delictivas. Clara debía realizar la fina tarea de buscar por todos los lugares posibles cuantos profilácticos de su marido encuentre, luego con una fina aguja y una jeringa inyectar dentro de los profilácticos unas gotas la sustancia otorgada por el curandero y finalmente sellar el casi imperceptible orificio con un pegamento también facilitado por Fleitas.
La sustancia no sería fatal para Jonathan en el contacto con su miembro viril, debido a que para que surja el morboso efecto de ésta, debería estar dentro del conducto vaginal u anal de la victima por un buen tiempo. Así, Clara comenzó a fantasear con ver muerta a cualquiera de sus amigas, desconfiaba de todas las mujeres que conocía, se imaginaba el velorio de la amante de su esposo y ella presenciándolo con una felicidad inexpresable en su corazón. Ella podría saber perfectamente si realmente se trataba de la amante de Jonathan, gracias a que la sustancia que la mataría dejaría un signo muy particular: la piel debajo de las uñas del cadáver infectado se pondría de color negro. En eso pensaba Clara todo el tiempo, cómo haría para corroborarlo sin que nadie se diera cuenta de que ella observaría demasiado las manos de la muerta… pero no era un asunto que la preocupaba tanto.
Al día siguiente, la maniobra se llevó a cabo. Cautelosamente, Clara siguió todas las instrucciones de Fleitas, las cuales le resultaron bastante sencillas. Entonces solamente restaba esperar la muerte del alma maligna que intentaba robarle a su marido y con él el feliz sueño de la vida matrimonial tan anhelada desde siempre.
La noche siguiente parecía ser la del suceso. Jonathan no supo fingir que lo necesitaban para un adicional, como tampoco Clara supo fingir que le creía. Jonathan sospechó de la sospecha, pero su impulso fue más fuerte; se vistió con su uniforme de policía y se fue, directamente a cometer el normal adulterio de siempre. Los ojos de Clara estaban abiertos completamente mientras esperaba en la cama, pensando en qué pasaría. No se arrepentía, pero desconfiaba y temía…
Unas cuantas horas más tarde, ya de madrugada, regresó exhausto. Clara fingió estar dormida, y él con suavidad se recostó a su lado. A la mañana todo parecía estar ordenado, como en sus fantasías, por ese deseo realizado que la hacía feliz antes de que todo esto pasare. Sin molestarlo, se levanta de la cama, lo mira durante un largo tiempo y entra al baño, donde se realiza su test diario de embarazo, y éste, como insinuando la participación de lo sobrenatural, resultó positivo. Clara precipitada va corriendo al cuarto a darle la noticia a Jonathan. Él parece no escucharla. Descubre que no se mueve, se acerca más, lo llama, no reacciona, le toca la espalda y observa que no hay respuesta alguna, lo da vuelta y se da cuenta de que su marido no está respirando; Jonathan estaba muerto.
Clara no enfocó su conciencia - antes de marcar el número de teléfono de la policía - en lo que ella había hecho. Antes de que atiendan su llamado, se da cuenta de esto y cuelga nuevamente el teléfono. Llorando se sienta en la cama donde yacía el cadáver de Jonathan, y mientras rápidamente va asociando las situaciones, toma la mano del muerto para observar sus uñas, y ve que la piel que está por debajo de ellas estaba negra. Esto la desconcertó aun más, no sabía qué era lo que estaba pasando, sospechó inmediatamente de que el curandero Fleitas se equivocó en el efecto de su sustancia, y viendo que no era necesario ni conveniente hablar con éste, ya que sobre él caerían las culpas correspondientes por su importante participación en el crimen, llama – ahora sí, decididamente – a la policía. Detrás del tubo la atiende una voz sumamente triste, como la de un hombre que perdió un gran amor, que le dice solamente “comisaría, buenos días” y debido a la gran sospecha, que casi intencionalmente despertaba esa voz, Clara le pregunta al oficial que la atendió - prácticamente invirtiendo los roles - si se encontraba bien. Éste le responde, con suma sinceridad, diciéndole que si la causa de su llamado no era tan importante que la dejase para otro día, porque en la comisaría estaban de duelo; que esa misma mañana se notificaron las muertes inexplicables de tres oficiales de esa comisaría. A Clara, atónita, la voz solamente le alcanza para decirle que por favor la disculpe. Dando pasos torpes, tumbando todo lo que estaba a su paso, llega hasta el televisor, lo enciende y pone el canal local de Santo Tomé, donde se estaba informando acerca del insólito suceso.
Todo se le volvía oscuro y comenzaba a vomitar cuando escuchó que se investigaría profundamente el caso de todos los oficiales muertos que no presentaban ningún signo más que unas manchas negras en la piel que está debajo de sus uñas…
En periodos de cambios sociales, algunos respiran la verdad inhumanamente mientras que otros, sin embargo, viven felices mentiras inocentemente. Esto fue lo que pasó entre Clara y Jonathan. Se complementaron así, obteniendo cada uno del otro un bien. Clara obtenía la cotidianidad ideal para experimentar las estructuras familiares que aprendió que debía alcanzar y Jonathan con ella consiguió una máscara perfecta que lo defendería de los prejuicios, igual que a sus compañeros, a la hora de ser descubierto y acusado por sus reales placeres homosexuales.

E. Encop. Revista Impresencia, Posadas-Misiones, Nº 1, 2009, p. 7.

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