Si las comparaciones de por sí ya son odiosas, resultan mucho más pesadas cuando la gente (por lo general más grande) comienza a hacer comparaciones sobre lo que era antes y lo que es ahora. Parecen(mos) un montón de pelotudos/as melancólico/as añorando tiempos mejores, como si todo tiempo pasado fuera realmente mejor cuando no siempre es así (no volveríamos a vivir en dictadura por ejemplo). Además, comparar gente es sencillo y hasta válido pero comparar períodos históricos no lo es. Es necesario tener en cuenta los factores políticos, sociales, culturales, económicos y tecnológicos para poder explicar por qué en determinados momentos las cosas fueron de una manera y no de otra. Conscientes de ello, de todos modos vamos a hacer algunas apreciaciones sobre la semana santa de antes y la de ahora.
Antes, en semana santa hacía mucho frío -llegaba a pelar de frío- y eso que recién habíamos arrancado con el otoño. El feriado arrancaba el miércoles y hasta el lunes no había nada abierto. Abrir el negocio en semana santa era un pecado mayor (hacer trabajar a la gente cuando deberían estar en la iglesia rezando o por lo menos en sus casa reflexionando sobre por qué Jesús se dejó morir por nosotros y cómo le retribuimos su martirio). Ni hablar de escuchar música (heavy metal mucho menos) o salir a bailar, prácticamente no se podía hacer nada, ni reirse (teníamos que estar con una expresión entre triste y pensativa). "En estas fechas no se anda por la calle", decían las abuelas. Mucha gente se congregaba en las iglesias y hacía ayunos y cosas así (alguno que otro se flagelaba en silencio para sufrir el tormento que padeció Cristo). Lo único que estaba permitido era ver películas de historias bíblicas en el SNT (canal paraguayo) o en el canal local. Pasábamos 6 u 8 horas sentados mirando como Barrabás era liberado, Cristo crucificado y Ben Hur lograba su venganza.
Nuestros padres, sin ser devotos o gente demasiado religiosa (creyente si), mantenían un control de nuestras conductas, las cuales se adaptaban a las costumbres de la gran masa religiosa cristiana (con mayor presencia del catolicismo ortodoxo, por supuesto). Cualquier cosa que uno hacía era un potencial pecado mortal. Además, nos decían que como Jesús moría en estos días el diablo andaba entre nosotros -siguiendo con esta línea a esta altura anda entre nosotros- y podía seducirnos con facilidad.
Hoy, así como dejamos de creer en papa noel y los reyes magos -y en otras cosas más- ya no vivimos esa presión del poder religioso sobre nuestras acciones y somos testigos del debilitamiento de una de las fuerzas coercivas más grandes de la historia. Que la cámara de comercio de Posaá haya declarado día laborable el jueves santo y que las personas hayan salido desaforadas a comprar huevos de pascua (muchos exclamaban "cómo puede ser que no quieran trabajar los empleados del hiper") y harina de maíz (y mucho vino tinto), es un claro indicio de la transformación que se viene y del reinado cada vez más fuerte del mercado y el consumo por sobre cosas como la espiritualidad, la familia y el descanso.
Porque la cosa pasa por ahí, por más que uno no sea demasiado creyente o ni siquiera crea, la semana santa significaba compartir con familiares, amigos y vecinos, y en cada casa se probaba algo distinto y se comparaban las sopas paraguayas y las chipitas de almidón, se jugaba a la lotería con maíz o porotos y se pintaban huevos comunes que se pintaban a mano y rellenaban con garrapiñada, pero también se daba lugar a la reflexión existencial y a la definición de uno mismo. Podíamos llegar a conocer mucho mejor nuestro estado espiritual y a definir con precisión nuestra opinión sobre la existencia de Dios. Ahora ya se vació todo eso y nos encontramos con opiniones desaforadas muchas veces carentes de argumento o con argumentos sacados de la revistas de chimentos, y año a año va ganando lugar el consumo neto y puro, lo mismo que está pasando con la navidad. Es como ir olvidándose de uno mismo y de los otros. Puede que todo esto de la semana santa (o chanta) siempre haya sido una mentira pero por lo menos uno podía tomarse unos días para estar en casa y descansar.
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