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El verano trae escasez de ropa, poca racionalidad (sobriedad), y exceso de enamoramientos, generalmente vinculados a un tatuaje estratégicamente ubicado, un escote pronunciado o una tanga que se pierde entre dos nalgas bronceadas. Las chicas quieren ver músculos, tablas de lavar de carne y figuras deportivas, lamentablemente lo que abundan son las barrigas abultadas, los viejos verdes y el mamertaje que, sobre excitado al costado de la pileta, deja su rastro de baba como las babosas. Tal vez por eso la figura del bañero sea tan emblemática.
La fugacidad es la clave en esta época de elevadas temperaturas. Una escapada a Ituzaingó en carpa puede ser la excusa perfecta para terminar revolcado en la playa con alguna extraña o por lo menos con una botella de cerveza. Todo parece indicar que el mes de enero favorece la entrega sin tanto histeriqueo por un lado (casi como algo sano) y por otro, las orgías, acordadas de antemano en algunos casos (o espontáneas pero presentidas) y en otros no consentidas por desafortunadas/dos jóvenes alcoholizadas/dos y/o drogadas/dos (realidad veraniega que expone la animalidad del ser humano, el exceso, la ingenuidad y la desesperación por el placer del sexo a toda costa). El sexo alcanza su pico más alto en esta época como así también las violaciones. Pero esta es una cuestión en la cual no me interesa meterme en este momento, después me arriesgo a opinar sobre eso.
Ahora, las vacaciones vuelan, el verano pasa demasiado rápido, así que mejor largo la escritura, destapo una birrita y me voy a chapotear un rato en la pelopincho con mi prima que llegó ayer...
(Recibimos fotos de pelopinchos, con o sin primas)
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