Alguien dijo en alguna oportunidad que Aristóteles enseñaba a mirar la mitología pues decía que en ésta podría encontrarse cifrado todo lo incomprensible de la naturaleza humana. Ahora, nosotros, los posmodernos de siempre, empeñados en abortar toda mitología, incluso las urbanas, terminamos por borrarnos a nosotros mismos. A eso voy cuando pienso en usted señora. Y digo: «Señora, si a usted le preguntan en dónde está la policía, seguro responderá en una institución cuyos ocupantes portan armas y van vestidos de azul. Y éstos tienen el deber de mantener el orden social.» ¿Parece un juego de niños no? Un manual casi. Ahora, como nos lo han enseñado, el poder simbólico no está ahí, está en otro lado. Fluye por otras redes mucho más complejas. El poder fluye por la sociedad y se materializa en diferentes actos. Es fácil señalar donde se haya el poder represor sin tener en cuenta el represor que hay dentro de nosotros mismos: el criminal solapado, el terrorista del código, el cultor de la norma y la ley, el baldeador de veredas insólitas, el arrodillado de los absurdos y burdos domingos. Pareciera ser que cualquier actividad que descentran un poco nuestros parámetros simbólicos atenta contra nuestra propia humanidad –y no hablo del doble discurso político el cual evidentemente intenta hacer pasar una “realidad” por otra- sino de las minucias cotidianas que se multiplican, se aglutinan y que persiguen violentar aquello que no se entiende bien y que, supuestamente, entorpece la boludez burguesa de mi puta cotidianeidad. Así, por ejemplo, una señora sueña con llamar a la policía mientras dos adolescentes se besan en su vereda; la frase indicada para cualquier tipo de situación que nos disloca, que saca a relucir nuestra indignación es: “¡Qué vuelvan los militares!”, frase épica de un pensador venido a menos, un pensador que a gritos pide la piedra de la certeza ciega, su lepra patriótica metódica, sus médicos enfermos. Realmente esa frase da ganas de vomitar. O sino a un montón de viejos reventados, cuyas malicias no son ni siquiera comprables con el alcoholismo y el vandalismo juvenil les da por decir: “la juventud está perdida”; o bien, caminando en asfaltos patéticos. También están los que hacen apoteosis de la monogamia y sancionan con un dedo acusador a otros. Justamente “esos” que son los primeros en delirar por una falda, por una teta perdida, agentes en celo de toda ralea. Por otro lado, y en otros niveles –académicos- están aquellos que postulan “lo que no se entiende se lo mete en un manicomio con un cóctel de pastillas celestes y punto”; esos burdos empipados que te dice “Nene, pégate a la norma que vas a vivir”. Y así estamos…. empeñados en generar templos elevados a pretextos, en esbozar estupideces líricas, en sandeces psicológicas diarias hemos intentado matar al hombre que aúlla en nosotros con mil razones para zamparse el infinito: ¿Lo habremos conseguido? Esa parece ser otras de mis preguntas sin respuestas. Lo peor es que un día vamos a tener que mirar para adentro y la visión puede ser no muy halagadora. Les dejo una moraleja entonces: “Quien pierde, gana; quien se pierde acaba por encontrarse”. Jajaja. Que la pasen bien che!.
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