Después del brindis navideño rumbeamos para la paraguayan house. Al llegar nos encontramos con un personaje de saco, camisa abierta en el pecho, collares y gorrita, que con una pistola a espoletas nos sacó por un rato del trance de la sidra. Por 35 p. en puerta entramos y nos acomodamos en el patio luego de pasar por la barra y comprar una cerveza fría a 8 p. (cuando el cartel improvisado decía que valía 10 p.) El barman (bien) entrado en copas. Depués de un rato de observar el panorama, la gente comenzó a amucharse por todos lados. Había pasado la tormenta del 24 que nos corrió para adentro con el asado y cierta ansiedad entufó el ambiente. De pronto el temita de pitbull retumbó desde adentro y la imagen de ricardito se atropelló en lo simbólico. En el escenario, el alterego poético de la banda bailaba sensualmente enviboreado mientras la gente se amontonaba y se metía pa' dentro. Era el inicio del chou patudo. De allí en más la cosa fue baile, cerveza, humo dulce y fruta amarga hasta entrada la mañana. Salimos con el sol arrimando el puente Posaá-Encarnación, comentando vivamente la posibilidad de tener una opción diferente en una ciudad como ésta. Lástima que no se repitió el 31.
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