Divididos. Expo Yerba. Apóstoles. 04/08/07.
La estrategia de los organizadores logró su cometido: estampar a Ricardo Mollo por todos lados (por encima de los carteles de más de un candidato fantasma) y dejar que el boca a boca haga el resto: “Viene divididos a Apóstoles”. Y como era de esperarse la buena nueva circuló como una línea de pólvora encendida. La capital de la Yerba se vio invadida desde tempranas horas del sábado por miles de jóvenes de los más diversos rincones de Misiones.
El inicio del show fue demoledor: “Sucio y desprolijo” el cover del desaparecido Norberto “Carpo” Napolitano para el “Pappo y amigos”, fogueó el tinglado de la Expo Yerba. Se habrá escuchado hasta las casonas de los “reyes del oro verde” que viven en las cuatro puntas de la ciudad.
El concepto de power trío se llevó a la práctica y sin vueltas: Ricardo Mollo frontman y guitarra (cada día cantando mejor), Diego Arnedo con su cátedra itinerante de bajo y su bizarro humor porteño y Catriel Ciavarella aportando desde la batería una fuerza casi Ledzeppiana a los clásicos de “La Aplanadora”.
La idea, simple y efectiva: palo y a la bolsa. Nada de coqueteo folklórico (no estuvo el local, Chango Spaciuck) ni mucha balada (sólo dos para las cuales Mollo tocó sentado, “Como un cuento” y “Spaghetti del Rock”); la estrategia fue salir al escenario con toda la artillería pesada de estos 17 años de trayectoria (y el historial por detrás). Así se sucedieron las pogueantes “Alma de budín”, “Azulejo”, “Casi estatua” y “Paisano de Hurlingham” entre otras, dejando sin aliento al multitudinario público.
La catarata de hits no dejó afuera a ninguna época ni disco, pero predominaron las canciones de “Acariciando lo áspero” y “Narigón del siglo”, con mucho Funk, algunos arreglos bordeando al Jazz y la influencia de Hendrix en el pedal.
Como era inevitable, el fantasma estaba ahí, como siempre. A veinte años de su muerte, aún sigue apareciendo, ya sea en la remera arrojada a Arnedo y colocada como fondo por éste sobre un bafle o en las festejadas “Rubia Tarada” (acoplada a “¿Qué tal?”) y “Nextweek”, resucitando al pelado una vez más, al menos por un rato de rapto onírico.
El guitarrista paró varias veces el show para pedir que los chicos de adelante se pusieran “tranqui”, pero la bestialidad del pogo y de los de seguridad (como muchas veces ocurre en el Rock Argentino) fue más persistente y Mollo terminó bajándose del escenario en un momento a calmar los ánimos.
El cierre fue con una casi punk “Rock de Rasputín” y las cuerdas de la guitarra siendo obsequiadas a la masa, después de dos horas puntuales de ininterrumpido show con un sonido impecable.
La mini re-inyección económica que estos eventos generan para el pueblo, ya sea en el mínimo consumo gastronómico o en el aumento de ventas de los comercios, señalan la viabilidad emocional y material de ellos. Ojalá que otras autoridades y entes públicos o privados de la provincia lo tengan en cuenta. Ojalá que se repita, y que salgamos ganando todos otra vez.
El inicio del show fue demoledor: “Sucio y desprolijo” el cover del desaparecido Norberto “Carpo” Napolitano para el “Pappo y amigos”, fogueó el tinglado de la Expo Yerba. Se habrá escuchado hasta las casonas de los “reyes del oro verde” que viven en las cuatro puntas de la ciudad.
El concepto de power trío se llevó a la práctica y sin vueltas: Ricardo Mollo frontman y guitarra (cada día cantando mejor), Diego Arnedo con su cátedra itinerante de bajo y su bizarro humor porteño y Catriel Ciavarella aportando desde la batería una fuerza casi Ledzeppiana a los clásicos de “La Aplanadora”.
La idea, simple y efectiva: palo y a la bolsa. Nada de coqueteo folklórico (no estuvo el local, Chango Spaciuck) ni mucha balada (sólo dos para las cuales Mollo tocó sentado, “Como un cuento” y “Spaghetti del Rock”); la estrategia fue salir al escenario con toda la artillería pesada de estos 17 años de trayectoria (y el historial por detrás). Así se sucedieron las pogueantes “Alma de budín”, “Azulejo”, “Casi estatua” y “Paisano de Hurlingham” entre otras, dejando sin aliento al multitudinario público.
La catarata de hits no dejó afuera a ninguna época ni disco, pero predominaron las canciones de “Acariciando lo áspero” y “Narigón del siglo”, con mucho Funk, algunos arreglos bordeando al Jazz y la influencia de Hendrix en el pedal.
Como era inevitable, el fantasma estaba ahí, como siempre. A veinte años de su muerte, aún sigue apareciendo, ya sea en la remera arrojada a Arnedo y colocada como fondo por éste sobre un bafle o en las festejadas “Rubia Tarada” (acoplada a “¿Qué tal?”) y “Nextweek”, resucitando al pelado una vez más, al menos por un rato de rapto onírico.
El guitarrista paró varias veces el show para pedir que los chicos de adelante se pusieran “tranqui”, pero la bestialidad del pogo y de los de seguridad (como muchas veces ocurre en el Rock Argentino) fue más persistente y Mollo terminó bajándose del escenario en un momento a calmar los ánimos.
El cierre fue con una casi punk “Rock de Rasputín” y las cuerdas de la guitarra siendo obsequiadas a la masa, después de dos horas puntuales de ininterrumpido show con un sonido impecable.
La mini re-inyección económica que estos eventos generan para el pueblo, ya sea en el mínimo consumo gastronómico o en el aumento de ventas de los comercios, señalan la viabilidad emocional y material de ellos. Ojalá que otras autoridades y entes públicos o privados de la provincia lo tengan en cuenta. Ojalá que se repita, y que salgamos ganando todos otra vez.
Christian Giménez.
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