sábado, 30 de agosto de 2008

Recomendado para el fin de semana: El himen como obstáculo epistemológico


En esta era que hemos dado en llamar posmodernidad ¿existe una compulsión a hablar de sexo? Por otra parte, la sexualidad, está de más decirlo, ocupa todas nuestras esferas, de lo cotidiano a lo metafísico (desde los sexólogos mediáticos hasta el kamasutra new age, desde los celulares hasta la T.V., desde un acto escolar hasta las publicidades más insignificantes), esto implica, entonces, que la sociedad se erotiza en todos sus puntos, en todas sus dimensiones. Lo que anteriormente estaba oculto hoy sale a la superficie: la sociedad se encuentra en carne viva y eso la hace pornográfica. La literatura, en cierto sentido, a veces se pliega a estas normas mercantiles (al contrario del iceberg de Hemingway). En este sentido, ¿podríamos pensar a la sexualidad en términos de represión?, seguramente que no. Sin embargo, en una sociedad en la cual el placer se ha vuelto obligatorio: el cuerpo envés de liberado resulta sometido. Por otro lado, ¿se puede pensar a la literatura –si trabaja con materiales estéticos de la sexualidad: tópicos, lenguaje, escenas, alusiones, metáforas, etc.- en trasgresora? Si lo que imprime el sello simbólico de hoy día es la ligación que se produce entre la sexualidad y el capitalismo; si la pauta cultural es: todo se vuelve mercancía, «mercancía de comunicación» (cfr. Vattimo). Si hasta lo pornográfico se ha vuelto fashion.
Por eso me parece interesante el libro El himen como obstáculo epistemológico de la filósofa Esther Díaz. En este texto -una suerte de colección de cuentos cortos-, se nos permite pensar a la sexualidad como multidimensional. La escritora, a través de heterogéneas estrategias discursivas articula el nodo de la sexualidad con diversas problemáticas sociales. De esta forma, por medio de las posibles interrelaciones entre lo erótico y lo pornográfico y el campo sociocultural se ponen de manifiesto una variedad inmensa de virtuales conexiones entre la literatura y la sexualidad; entre la literatura y los juegos del lenguaje (los simulacros); entre la literatura y el campo político-ideológico de los cuales emerge la significación, etcétera. Esther Díaz, configura una suerte de doble plano narrativo: el de la epidermis, de la punzada física, por ende, el de la sexualidad (en el cual se encuentran la articulación de lo erótico y lo pornográfico) y el de la metareflexión sociocultural (donde se materializa la crítica social). La ligación de estos dos planos narrativos produce un tercer plano, anamórfico, irregular. En efecto, Esther Díaz trabaja con todo tipo de sexualidades bajas, menores, periféricas, como en sordina, microsexualidades narrativas que por eso mismo son efímeras y que complejizan el nodo de la sexualidad… No hace metafísica de la sexualidad pensándola solamente ligada al placer, sino que para ella, es dado ir más allá, poner en crisis las normas vigentes, el poder hegemónico de la burda y hueca pornografía fashion, es en este punto en el cual la literatura descarga su potencial bajo el signo arltiano: palabras como puños que rompan mandíbulas….; configuraciones narrativas que disloquen, generen el desorden psíquico…o bien esa punzada física, de la que hablaba anteriormente. El himen como obstáculo epistemológico no escatima recursos lingüísticos desde el lenguaje callejero, descarnado hasta la sutil alusión. Evoca una ontología tanto del placer como del displacer, por eso es multidimensional: por la variabilidad de situaciones y personajes que trata: el sexo de los ricos y de los pobres, el buscado y el padecido, el de los célibes y el de los adictos, el de los niños y ancianos, todas entrecruzados por el deseo que no sólo, desde la estética de Esther Díaz causa placer, sino hasta horror, espanto.
Así, por ejemplo, en “El agujero” la sexualidad emerge en un quirófano. Una pantalla negra, es decir un vidrio polarizado, divide dos espacios y dos temporalidades imbricadas, que señalan en un juego de espejos un antes y un después en la escena sexual. En uno de los lados se encuentra una mujer recién operada, en el otro una misionera rubia pagando el precio de la operación a través de la práctica del sexo oral a un empresario gordo y grotesco quien aspira póper. En este relato el sexo ha dejado de ser dialéctica del placer y se liga al capitalismo: cuerpos que prestan servicios en pos de obtener algún rédito, el rédito es justamente “desgrasarse”. El morbo está puesto en la excitación que le produce al empresario la subordinación de estas mujeres, cuando observa los cuerpos vaciándose de grasa del otro lado de la pantalla (de ahí la metáfora del título). En “La ruptura del cántaro de leche”: bajo una autopista y en cartones que ofician de una improvisada cama en la que Rosa “se esmera con un paraguayo”. Sexualidad que se vende barata pues no le queda otra opción (Díaz aprovecha esta situación para reflexionar desde la sexualidad en la crisis económica que estalla en el 2001 pero que ya se venía gestando de mucho tiempo atrás) a Rosa y a el Sota, quién, sin embargo, espera que el tipo haya querido sin forro así le alcanza para una caja de vino…, la sexualidad está puesta en la supervivencia, produce deseos bajos, mediocres. En “Polvos de cartón”: una mujer burguesa de alta alcurnia paga por sexualidad, se gesta, entonces, una orgía improvisada que recuerda a las películas porno de clase b, una mujer burguesa fecundada por un ejército de cartoneros: dos cosas al respecto, esta escena es casi una alegoría, una metáfora de los tiempos que corren: 1 porque se empieza reflexionando sobre esta nueva norma de supervivencia típicamente argentina, 2 porque se teje sobre una paradoja: el miedo burgués al contacto (¿deberíamos decir al contagio?) a estos seres que se les ha formado un “callo por pisar fuerte el acelerador de la pena”; 3 porque también sugiere la idea de elevación por la degradación, el verdadero movimiento es hacia abajo, dice Bataille. En “Máquina de guerra”: en el colectivo, la sexualidad es triple, es un manoseo bajo camperas: no pensada, no predeterminada, es una maquinaria de afecto que va, que fluye a contramarcha de las normas sociales y tiene una marcha propia; es, al mismo tiempo, social y no individual pues no se subordina a roles, en los cuales cada uno tiene sus pautas y normas y prerrogativas. Por último, y para no aburrirlos con ejemplos, podríamos decir que el simulacro es la ratonera en la cual el incauto se deja atrapar, el callejón sin salida al que lleva la narración. Así, por ejemplo, “Mater inmaculada” evoca una especie de locus amenus, un campo, un lugar silvestre en donde una mujer se desprende el corpiño y alguien, que hasta el final del relato no sabremos quién es, le sorbe los pezones provocando excitación y una sensación orgásmica. Después nos enteramos de que se trata de una madre que amanta a su hijo, en este sentido el simulacro nos habla de algo que puede llegar a provocar pero por desacople, por disloque, por desencajo. Lee una escena maternal en clave de discurso sexual. “Carambola” es otro ejemplo del simulacro pero a través de la alegoría: aquí el simulacro se teje en torno a al juego del pool, en donde la descripción del acto y de la sexualidad femenina aparece como entretejida por sobre la mesa. Juego, estrategias, discurso, se interrelacionan hasta llegar al punto culminante del goce. En realidad se está describiendo el mero juego del pool pero desde lo tópicos del discurso sexual, es como recubrir una escena, por ende una praxis con otras palabras, otras metáforas.

Espero lo disfruten...saludos cordiales.

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